Anatomía de los gallineros (La historia de mi perro Adoquín)
Recuerdo que mientras desayunaba pasé cerca de veinte minutos examinando el gallinero del vecino por la ventana. Qué cosa más monstruosa. El gallinero en general. O sea, los gallineros. Esos ingenios compuestos de chapas viejas y tejidos de alambre fino son como una herida en las casas, y por más experta que sea la mano del que los construye, son imposibles de disimular. Porque el gallinero se hace ver, y se hace oler. Es una ruptura en el orden de una casa. Es anarquía, es caos. Eso es, el gallinero es caos, es la mejor metáfora para el caos. Y claro, esas monstruosidades estaban en boca de todos, en los diarios y en la radio, porque por una nueva ordenanza municipal ya no podían tenerse más gallineros en el centro. En mi barrio a nadie se le cayeron los anillos, porque esto no es el centro, claro. Esto es el borde, la periferia, lo suburbano, o semi rural, lo invisible, lo nebuloso, la barbarie, etc. Y las consecuencias de la ordenanza habían sido diversas. Algunos de los afe