La copa que llama al flagelo
En
una noche de desespero terminó esta historia.
No
recuerdo bien cómo estaba vestido él, mucho menos cómo estaba yo; ni siquiera
puedo asegurar que estuviéramos vestidos. Alquilamos una habitación en un motel
al costado de la carretera, había olor a nafta o querosén y aceite de freír.
Sacó
del maletín una copa y lo necesario para llevar a cabo nuestra promesa. De tal
modo que no necesitamos más que una bala, el arma que heredó de su abuelo, una
pastilla que el Dr. Phill me recetó, algo de whisky y la mitad de un vino
viejo.
Ya
no pudo mirarme a los ojos.
El
comenzó.
Lo
único que se pudo oír fue un disparo.
Cayó
la copa que llama al flagelo.
En
la alfombra, el vino; o mas bien sangre.
Logré
ver una sonrisa que sobresalía de su boca.
Hermosa
y blanca dentellada.
Ya
aturdida caí al suelo. Su cuerpo sobre el mío formaba una sombra, estábamos
listos.
Los
ojos abiertos despertaron el miedo.
¿Que
habíamos hecho?
. .
.
Hace
una semana partimos.
Vi
lombrices y carroñas.
Pude
ver como en su puro deterioro más decrepitud era perfecto.
Las
cortinas carmesí eran ocres, de este interminable otoño.
Llegando
a la descomposición nuestros cuerpos se fundieron.
Ya
solo siento como nos devoran los insectos, celosos de nuestro amor eterno.
¿Qué
quedará en esta habitación o absurda bóveda?
Hoy
es panteón, que guarda nuestros más lúgubres vestigios.
KAREN.
Triste, conmovedor. Duele pensar cuántos caminantes solitarios andarán todavía deambulando tratando de recuperar su esencia perdida...
ResponderEliminar