“El hombre que un día despertó y hablaba otro idioma”. De Franco Aristea. Prólogo de la edición de 2003.




“El hombre que un día despertó y hablaba otro idioma”. De Franco Aristea.
Prólogo de la edición de 2003.

Que en pleno apogeo de la civilización y la cultura de masas, un hombre despierte un día y descubra que nadie entiende lo que dice, es poco probable. Esa dificultad de lograr el verosímil literario puede que sea la causa de la mala recepción inicial que tuvo esta novela. Pero en estos tiempos en que realmente parece que cada cual habla su idioma, y cuatro años después de la muerte de Franco Aristéa, “El hombre que un día despertó y hablaba otro idioma” ha avivado curiosidades y pasiones inesperadas. 
El lector menos cercano a la literatura que a Hollywood, a las sorpresas en la trama, a los finales inesperados, rechaza de antemano esta novela que anuncia su drama principal en el título, y que profundiza la predicción en el primer capítulo, en el que el personaje principal, Francisco Ascacibar, ya anuncia en un monologo interno que su peor pesadilla es hablar y que nadie comprenda (o quiera comprender) lo que él dice. 
Cualquiera pensaría que este problema central desataría una serie de situaciones hilarantes, graciosas, pero no. Es pura tragedia y angustia. Es la angustia de alguien que dice A, pero la gente interpreta que dijo B y actúa en consecuencia de B. La escena en que su mujer lo deja es la mejor muestra. Parece arbitraria, tiránica, y sin embargo el autor se detiene a aclarar que ella entiende otra cosa, pero para el personaje principal, lo de su esposa es deliberado. Ella no entiende porque no quiere. 
Ascacibar está envuelto en un espeso torbellino ininteligible, hecho de lenguaje, pero también de estructuras yoicas incompatibles. La idea tienen un color Kafkiano, la ejecución no, y no podemos fusilar a Aristea por ello, ya que Kafka probablemente sea el mejor de todos los tiempo.
Esta novela deja todo dicho desde el principio y está destinada a quienes quieren disfrutar del despliegue de técnicas literarias, desplazamientos narrativos y herramientas lingüísticas novedosas. Es tal el nivel de precisión en las predicciones deliberadas, que uno podría interpretarlas como deficiencias, pero el artilugio final de la enunciación es el destino final del personaje principal que, prefigurando el destino del autor, se suicida, llorando, en medio de una plaza céntrica.



HERNANDO.

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