La otra noche, en la General Paz.
Ariel siempre fue un tipo de
mal genio. Cuando lo vi venir rengueando por el pasillo supe que le había
metido una patada a algo. Posiblemente a una de esas sillas de hierro que dejan
al lado del teléfono para que uno espere sentado. Son pesadas.
Saqué mis conclusiones sin
demora alguna. Si viene rengo es porque le dio una patada a algo. Si le dio una
patada a algo es porque se enfureció. Y si se enfureció es porque alguien le
había dado malas noticias. Los guardias lo pasaron para este lado de las rejas
de un empujón. Cómo habrá estado de cabreado que no les dijo nada. Ni un gesto.
Esperé a que nos echaran llave y nos dejaran solos para preguntar:
-¿Y?-
-Hablé con mi hermano. Lo fue
a buscar a su rancho y le dijeron que no aparece por ahí hace días. En la casa
de la madre pasó lo mismo. En la via, en la cancha, en el bar de Simón, nadie
lo vio.- nos miramos entre los cuatro, preocupados.
-¿Entonces se borró de la
villa?-pregunté desanimado.
-Sí.-Las fosas nasales de
Ariel temblaban al expulsar el aire.
-¿Y la plata?-
-Desapareció con él.-
Fue como si una bomba de
silencio explotara en la jaula. Yo me dejé caer sobre un colchón viejo y sin
forro que reposaba en un rincón. Las partículas de mugre volaron y se hicieron
visibles cuando llegaron a hacer contacto con el haz de luz que venía de afuera
y se filtraba entre los cartones que habíamos puesto en la ventana. Hacía calor
y desde afuera llegaba olor a humo. Los del otro pabellón seguro que estaban
quemando basura.
Prendí el último rodeo de un
paquete que me había traído la Claudia el martes y abolle la envoltura en mi
puño sucio y transpirado. Entonces los recuerdos casi se materializaron. Vi los
postes de alumbrado y la llovizna de la general paz. Nosotros en la camioneta
de Mariano; Ariel adelante, callado como siempre, duro y frío como el hielo;
Dos anillos en sus dedos flacos, y el fierro, siempre listo el fierro.
Al otro, al que se fugó, yo le
decía que no temblara, que no dijera boludeses, que no se sacara los trapos de
la cara, que lo iban a reconocer. Yo estaba convencido de que no era apto para
lo que íbamos a hacer, pero Ariel quiso llevarlo, quién sabe por qué.
Después, lo otro, fue como
demasiado rápido, como un sueño: El blindado,
nosotros cinco bajando de la
camioneta,
los tiros, la guita, la
huida...
Cuando la visión de esos
recuerdos se desvaneció me sentí decepcionado. Yo quería seguir soñando porque,
ahí adentro, hermano, no queda otra que soñar.
-Y vos que decías que era
retrasado.-dijo Nico mientras comenzaba a mear en el inodoro, a dos pasos de
donde yo estaba sentado. El chorro canturreaba cuando tocaba el agua estancada
y parecía cesar cuando se desplazaba a los costados de la taza.
-Todos creíamos eso.-dijo
Ariel con los brazos colgando de los barrotes oxidados.
Hernando. Ft. El traidor.
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