Un Caminante.

Apenas recuerdo su rostro. En verdad no recuerdo el color de sus ojos, la forma de su nariz o el tamaño de su boca. Solo recuerdo expresiones, que fueron extrañas para mí que era un niño que aprendía lentamente a leer libros, pero no los gestos faciales ni los contextos sociales.
Lo vimos venir de lejos caminando por el costado de la ruta. Los camiones le pasaban cerca y él los ignoraba como si fueran poca cosa. Al llegar al pueblito recostado en la banquina se frenó en el portón de mi casa y pidió agua. Mi padre lo invitó a pasar y le dio un vaso. En los botines de colimba se le habían pegado pelotones de barro seco y la desteñida grafa verde del pantalón ya no resistía más maltrato.
-Quédese a comer que sobra un poco.-lo invitó mi padre. Taciturno, lejano, aceptó por obligación. No por obligación con mi padre y su hospitalidad, sino por obligación con su estómago.
En la mesa hubo papas, calabazas, una gallina hervida, una jarra de agua y mucho silencio. Mi madre dio las gracias y el juntó las manos, pero se mantuvo mirando el vapor, la apretada boca impedida de soltar una plegaria. Se veía cansado.
Apenas terminó el plato mi madre le sirvió otro y él, seriamente agradecido lo devoró sin problemas. Siguió a la comida una charla de trivialidades porque preguntó por el gallinero, por la temporada de lluvias, las crecidas, las últimas noticias y los resultados del fútbol. Mi padre, animoso, era su único interlocutor porque mi madre levantaba la mesa y limpiaba, y yo solo guardaba un silencio acaso respetuoso, acaso de ignorancia.
De la charla solo me quedaron algunas cosas que dijo y que yo no comprendí en el momento. Tuvieron que pasar largos años y llegar el día de hoy para entender, apenas vislumbrar la mancha negra que aquel hombre reservado traía en su rostro, como un velo de tizne trágico que solo el tiempo borraría parcialmente.
Ante una pregunta de mi padre contestó.
-…Nos desembarcaron en el sur. Estuve unos días en un hospital militar y después me subieron a un tren que me trajo hasta Buenos Aires. Ahí me dijeron que me fuera a casa si quería, y acá me ve, caminando.
De mi pueblo éramos cuatro, ¿sabe?, pero bueno… volví yo solo.-
Se comió una manzana, tomó más agua y dijo que tenía que seguir camino. Rechazó el dinero para el pasaje que con insistencia le ofreció mi padre. Sentía que ya había abusado suficiente de la bondad de mi familia.
Nos dijo adiós con cara de que tenía ganas de decir más, mucho más que gracias, pero al pobre no le salió o tal vez allá, de donde venía, le habían borrado ciertas palabras lindas. Pero con su mirada fue suficiente.
Después se fue caminando por el mismo costado de la ruta, con rumbo a su pueblo natal. Con mi viejo nos quedamos apoyados en el alambrado mirándolo alejarse para siempre. Estas cosas-dijo Borges.-ocurrieron en un tiempo que no podemos entender.

Hernando

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